Correos y telégrafos

Si observamos la historia de la humanidad, comprobaremos la necesidad del hombre de comunicarse o dar a conocer hechos o sucesos no solo con las personas de su entorno sino hasta con las mas alejadas. Para ello se emplearon los medios de que disponía en cada tiempo, así, desde los emisarios o correos, o usando animales como las palomas mensajeras, o espejos para a través de sus reflejos utilizando el sol avisar a otros.
Pero es a partir de 1500 cuando se establece una estructura postal nueva en España. Felipe I el Hermoso concedió el privilegio del servicio en régimen de monopolio con el título de Correo Mayor de España, a la familia Tassis, originaria de Italia, gratificándolo su hijo Carlos I en 1516. Estos eran los encargados de organizar las postas dentro de nuestro propio territorio y de las posesiones hispanas en Europa. Con respecto al tráfico postal con las recién descubiertas tierras americanas el título de Correo Mayor de Indias recayó, también en régimen de monopolio en la familia Galíndez de Carvajal, que lo ostentaron hasta mediados del siglo XVIII. Durante estos siglos se estableció en los territorios españoles un sistema de correo basado en los relevos de postas y en la creación de las estafetas, extendiéndose el servicio a los particulares mediante el cobro de un porteo relacionado con la distancia que debía recorrer el envío.
El cambio de dinastía en España en el siglo XVIII provocó la pérdida del monopolio postal para los Correos Mayores, en beneficio del Estado español que convirtió el correo en una Renta Real a partir de 1706, arrendando el servicio durante una década debido a los conflictos bélicos que asolaban España y Europa. El 8 de agosto de 1716 se nombró Juez Superintendente y Administrador General de las Estafetas de dentro y fuera de estos Reinos a Don Juan Tomás de Goyeneche, adscribiéndose administrativamente el ramo del Correo a la Secretaría de Estado.
Durante este siglo, gracias al impulso de los políticos ilustrados, se mejoraron las vías de comunicación estableciendo una red radial, se crearon nuevos servicios como el de impresos, periódicos, Lista o Apartados y se racionalizaron las tarifas; en 1762 se mandó abrir en los oficios y estafetas agujeros o rejas para el depósito de la correspondencia, dando origen a la boca buzón de Correos. Otra de las innovaciones más relevantes de este siglo fue la creación del cuerpo de Carteros urbanos en 1756, por iniciativa de Pedro Rodríguez de Campomanes, que en este momento era Asesor de la Real Renta de Correos. Con respecto a América se crearon los Correos Marítimos, con sede en La Coruña, que regularizaron el servicio con los Virreinatos y Audiencias del otro lado del océano.
Tras el paréntesis de la Guerra de Independencia, durante el siglo XIX se produjeron las transformaciones más radicales en el mundo de las comunicaciones. Hubo que reconstruir la red viaria, muy dañada cuando no destruida totalmente por los efectos de la guerra, y ampliar las principales líneas para el uso de los llamados carritos de violín que podían llevar incluso uno o dos pasajeros. A mediados de siglo Correos dispuso de una flota propia de transportes por carretera para la correspondencia y pasajeros y se incrementó la frecuencia de entrega postal. Pero a partir de 1850 se impuso un nuevo medio de locomoción que sería de inmediato asumido por el correo, se trataba del ferrocarril. En 1855 quedó establecida la primera conducción de correo ambulante entre Madrid y Albacete, y a partir de este momento fueron suprimiéndose las líneas generales de diligencias según avanzaba el tendido ferroviario, exceptuando Galicia que no se unió por tren con Madrid hasta 1883. Este desarrollo potenció uno de los objetivos más importantes que la administración postal se proponía: que el correo llegara diariamente a todos los Ayuntamientos del país.
La otra gran conquista del siglo XIX en materia postal fue la invención del sello de correos como forma de pago de los envíos, ahora a cargo del remitente, debido al británico Sir Rowland Hill; poniéndose en circulación en 1840 y conocido como el Penny Black. En España se implantó el 1 de enero de 1850. Fueron cinco los primeros sellos emitidos por el Estado, con valores faciales que variaban desde los 6 cuartos para las cartas sencillas hasta los 10 reales para los certificados de mayor peso y en todos ellos la imagen representada fue el busto de la reina Isabel II. El último paso para la reorganización definitiva del correo se produjo en 1889 con la creación del Cuerpo de Empleados de Correos, organizado como una estructura piramidal.
Haremos a continuación un paréntesis para explicar la evolución de la telegrafía, que aunque al principio de su existencia convivió separada del servicio postal, terminarían unidos formando el cuerpo de Correos y Telégrafos.
como citamos al principio, el envío de información por medio de señales había sido utilizado desde la antigüedad, pero no será hasta 1792, con el telégrafo óptico (También llamado heliógrafo) del francés Claude Chappe, cuando surge el sistema que conocemos como telegrafía óptica o "telegrafía aérea". Su desarrollo fue generalizado en toda Europa durante la primera mitad del siglo XIX, un sistema que se vio favorecido por la aparición de los catalejos acromáticos que permitían situar las torres a considerables distancias, entre dos y tres leguas (entre 8 y 12 Km.).
Eran de uso exclusivo del gobierno, no era un sistema abierto a los particulares. Desde la cabecera de línea se enviaban noticias u órdenes por medio de signos cifrados que se transmitían mediante un dispositivo colocado en la cubierta de las torres. Los signos recibidos eran sucesivamente repetidos por los torreros, sin saber el significado del mensaje, y de ese modo, de torre en torre, los mensajes codificados llegaban en breve tiempo al otro extremo de la línea. La velocidad era muy variable, con buenas condiciones atmosféricas, en menos de una hora podía transitar un mensaje por las 30 torres que formaban la línea de Madrid a Valencia, una velocidad media de más de 300 Km/hora.
Toda una revolución, ese mismo mensaje, usando el sistema tradicional del "correo de gabinete", el servicio de postas a caballo, podía emplear hasta 3 o 4 días en llegar a Valencia. Lo cierto es que, durante varias décadas del siglo XIX, la voz "telégrafo" se asociaba a la telegrafía óptica, como la expresión "hacer telégrafos", recogida en los diccionarios de la época, y que se refería a "hacerse señas entre amantes".
En esas mismas fechas se estaba experimentando con la telegrafía eléctrica, Francia había apostado por ella, incluso en ese mismo año de 1849 una compañía alemana hace una oferta al gobierno para construir telégrafos eléctricos.

La telegrafía aérea ya resultaba anticuada, pero todavía la telegrafía eléctrica no contaba con las suficientes garantías para cubrir un territorio tan amplio. Además, España vivía un periodo especialmente convulso por los conflictos dinásticos, un cable podía sabotearse fácilmente, por lo que se valora como el sistema más seguro y fiable.
En cualquier caso, el tránsito hacia la telegrafía eléctrica estaba en marcha y finalmente sólo se construyen tres grandes líneas de torres, todas con una vida muy corta.
Acorde con su función gubernamental la torre era una pequeña fortificación y su guarnición estaba formada por antiguos militares: dos torreros que se turnaban en el servicio, y la ayuda de un ordenanza, que, según el reglamento, tenía entre sus obligaciones de asistencia llevar los mensajes urgentes en mano hasta la siguiente torre en caso de falta de visibilidad, una buena caminata y llevando consigo el fusil reglamentario.

Los torreros, junto con su familia, tenían domicilio en la localidad más cercana, no podían vivir en ella, y se desplazaban a diario antes de las primeras luces del día, normalmente con la ayuda de una caballería, un trasiego que se intentaba evitar haciendo turnos completos de 24 horas. La torre consta de tres plantas, comunicadas por una escalera de caracol, y azotea donde se instala el telégrafo. El mecanismo de transmisión se acciona desde la tercera planta, un sistema de engranajes, poleas y cables que hacen subir y bajar los dos indicadores: el cilindro central que señala el código a transmitir, y la esfera lateral que avisa de incidencias en el servicio. Para facilitar su movimiento, el mecanismo contaba con dos contrapesos que asomaban por la planta segunda a través de una trampilla en el suelo.

El observatorio de la tercera planta es el corazón de la torre, estaba expresamente prohibido el acceso a personas ajenas, nadie podía presenciar la transmisión de los despachos telegráficos.

En ese reducido espacio pasaban los torreros largas jornadas, atentos a los mensajes de alerta de las torres de vanguardia y retaguardia, siempre en observación, valiéndose de unos catalejos colocados en dos huecos practicados en los muros. La puerta de acceso a la torre estaba situada en altura, en la planta primera, era necesario apoyar una escalera de mano que se retiraba y guardaba en el interior, dejándola inaccesible. Por último, la planta baja, un espacio concebido para la defensa, gruesos muros con tres estrechas troneras en cada lado, y que hacía también las funciones de almacén y cocina.
Hasta aquí esta somera visión de los adelantos en las comunicaciones a larga y media distancia, hasta que el revolucionario invento de la electricidad nos catapultara hasta lo que hoy disfrutamos.
La radiotelegrafía, la telefonía como precursoras de lo que posteriormente quedaría registrado como "telecomunicaciones".
Volviendo la vista al pasado de la ciudad de Ronda, y según las fuentes que consultamos, tanto el servicio telegráfico como el postal se hallaban física y jurídicamente separados. Así, hasta la adquisición de la nueva sede de correos sita en la hoy llamada como calle Virgen de la Paz, en el inmueble donde residiera Doña Carmen Abela García, no se ubicarían los dos servicios bajo el mismo techo, pero cada uno de estos separado del otro en todos los sentidos. Así, a la derecha el postal y a la izquierda el telegráfico, cada uno con su administrador. De hecho, en la primera planta de este edificio se habilitan dos viviendas, una para cada uno de los administradores.
Solo después de aprobada la Ley de Cuerpos en el año 1.979, no se realizaría la fusión de los dos servicios.
Pero volvamos la mirada hasta la mitad del siglo XIX. En la "ciudad", en la calle González Campos número 6 se encontraba la oficina de correos por aquel entonces. Según nos consta, el local carecía de los medios indispensables para su buen funcionamiento.
Debido a esto último, se decide trasladar esta a la calle María Cabrera. La puerta de acceso era de forja y daba acceso a un patio de vecinos donde en uno de los locales se encontraban las dependencias. Para finalizar este deambular diremos que anteriormente a su emplazamiento actual la oficina de correos se ubicaría en otras dependencias. Esta vez sería en la calle de la Naranja. Las instalaciones estaban situadas en una vivienda particular, y las oficinas no carecían de los medios necesarios para el buen funcionamiento de este servicio. Su administrador por aquel entonces fue D. Jaime Pinzón Calledo.
El telégrafos llega a Ronda a finales del siglo XIX y la oficina se ubicó en la calle de D. Lorenzo Borrego y Gómez. La instalación pertenecía a las denominadas como "escalonadas",y conectaba a Ronda con Antequera con un solo hilo. Era de las llamadas "exclusivas", pues no daba servicio a ningún otro lugar.
Una vez que el ferrocarril se va expandiendo por la geografía andaluza y española, la línea telegráfica lo va haciendo al mismo tiempo ya que la ley obligaba a que las empresas explotadoras de estos servicios añadiesen en su trazado los postes con el consiguiente cableado. Así, tras la llegada de la línea ferroviaria Algeciras Bobadilla a nuestra ciudad el año 1.890, la red telegráfica experimentaría una notable mejoría.
Hoy día el servicio telegráfico está integrado en la red de datos de Internet, formando parte de la empresa que gestiona correos y que desde 2.010 es la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales

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